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EL IRIS.
riacíón. Mirad en torno vuestro, exa- siglo gira sobre una fórmula común
minad vuestra obra social y decidnos, y en la cual encierra todos sus pro-
después que la hayáis contemplado, gresos; todo para el espíritu, nada
quizás con cristiana atención, si no para el corazón, nada para la razón,
os estremecéis á su vista. Una socie- nada para la paz de su concien-
dad materialista, sin vida moral, sin cia. Consecuente con estos princi-
vida de verdadera y evangélica cari- pios también reparamos, con una»,
dad; una generación descreída, in- verdad sobradamente amarga, como
diferente, escéptica y poco dispuesta esa misma sociedad se agita en un
á reformar sus costumbres, á, fortale- círculo, no menos reducido qne el
cer sus sentimientos religiosos, á ele- primero; y como se precipita de error
var su espíritu á Dios y humillar su en error, de delirio en delirio y en
cerviz ante su infalible Oráculo, g-ira pos siempae de un suicidio intelec-
al rededor de un círculo, en cuyo tual. También niega á Dios en sus
espacio ha depuesto toda la grandeza investigaciones filosóficas, también
de su destino futuro futuro, toda la niega A Dios en sus jescursiones his-
nobleza de su dignidad moral, para tóricas; para nada la Providencia
entregarse al goce seductor de las cuando el hombre descubre alguno
pasiones sensuales con que continua- de los arcanos de la creación, y siem-
mente le brinda el siglo llamado por pre el ateísmo negando la existencia
antonomasia de ilustración. La be- de un Ser Supremo principio de los
lleza moral que descuella en las principios, origen y fnente de todo
obras de la creación le es indiferen- saber y de toda verd&4fei
te, la marcha triunfal de la barca de
Pedro en medio de las borrascas so- ¿En el orden moral, m í o s secretos
ciales no le conmueve; los azotes que del corazón humano, hallaremos las
la Providencia lanza sobre su pueblo luces de ese siglo que tanto biasona
no le reanima; ni la dirigen por la de eulto y civilizado? Que hable para
senda del verdadero perfecciona- nosotros ese malestar social que tie-
miento, del único bien, ni los secre- ne tan perplejos y preocupados á los
tos misterios que envuelven esas so- políticos, á los sabios, á los gobiernos
ciedades diabólicas dispuestas a des- y á los reyes. Que hablen la Francia
truirla, ni la infinita misericordia de decaída y derrumbado por sus hijos,
Dios a la cual no en vano se' acude. la Italia bajo cuyas plantas está hir-
¡Funesto siglo que has abierto en el viendo un volcan pronto á incen-
corazón de la humanidad, con los diarla, la Inglaterra a cuya sombra
falsos resplandores de tus luces, una se cobija la hez de la sociedad huma-
herida profunda é incurable cuya na y demás naciones del gran pano-
sangre manará f" manará eterna- rama social. Todas nos dirán que su-
mente! fren, que experimentan ciertos pre-
sentimientos cuyas causas no pueden
También en el" orden científico el adivinar, pero tampoco desconocer.