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(Laurclüiü^íà prdcíicaj

/ \ L que trabaja a gusto le pesa menos        GOZO              he aquí que Jaime yio acercarse a un hom-
        la condena de Adan en el Paralso.                        bre joven, al parecer labrador, Uevando un

—"Ganaràs el pan con el sudor de tu                              caballo del ronzal.

frente"^ Y Jaime trabajaba a gusto.                                   —(,E uzté el zenó Jaime? —le pre-
     Su abuelo había sido herrador, su                           gunto el niozo. que era de CúUar-Baza.
                                                                 A Jaime el corazón le dio un salto y se
SIN ALEGRIApadre fue herrador, Jaime era herrador.

Cada noche, antes de cerrar la fragua,                           le iluminó la mirada.

daba sin querer. una mirada entomo suyo. Y, también sin          —iPodría uzté herrarme eze animà?— insistiu el mozo.

querer, veia aquel trozo de plomo que de nino clavo en el        Jaime, como hechizado, no acertaba a decir palabra. Sonrió.

techo, con la mania infantil de fundirse con él una estrella;    Le ocurrió algo así como a una jovencita alocada que se

veia en el suelo, entre el polvo negruzco, la piedra donde tro-  emborracha con solo oir los estampides al descorchar el cham-

pezó un dia y se rompió la nariz. Jaime contemplaba satis-       paiia en el càlido ambiente de un salón. jHacía tanto tiempo

fecho la tarea cumplida y se deleitaba anticipadamente con       que no se le había ofrecido la ocasión de herrar! De súbito

el trabajo que le traería a cuestas el nuevo día, del que ya     apareció en su firmamento interior una constelación de herra-

deseaba el amanecer.                                             mientas amigas y casi olvidadas: el pujavante, las tenazas, la

Jamàs sono nuestro hombre que a la altura de sus cin-            escofina... Le pareció sentir el fuerte olor a chamusquina de

cuenta anos pudiera cambiar de oficio. Y, no obstante, con       los cascos hendidos por el hierro incandescente, olor tan grato

todo eso del turismo y de la construcción en masa, tuvo que      a las narices habituadas; le pareció ver ya aquel ligero tem-

cambiar de oficio. Cada día circulaban màs camiones, mas         blor que sacude los musculós de las caballerías vivaces, debajo

tractores, màs motos y menos caballerías. Su companero. el       de la piel tensa y brillante, ante la ingrata operacíón que han

constructor de carros, hacia tiempo ya que destinaba la sierra   de sufrir. Jaime se sintió herrador hasta los tuétanos. Miró

de cinta a aserrar tacos para las cocinas de los hoteles, y se   con desprecio las barandillas en construcción y hasta a la

había decidido a aplicar todo su utillaje industrial y su In-    senora Dolores que recurria a sus servicios para desatascar la

genio a construir mesas y taburetes para las tabernas y los      cerradura de alguna habitación. Requirió la ayuda de otros

bares típicos. A Jaime ya casi no le quedaban caballos para      dos operarios de la antigua herrería, les dio instrucciones y

herrar, y para poder subsistir sin grave quebranto para su       en su nerviosismo quiso hacer en un momento cuatro faenas

economia domèstica, no tuvo màs remedio que establecerse         distintas sin lograr ninguna. Se le habría tornado por un co-

como cerrajero de obras, para cuyo oficio tenia una excepcio-    loso pavorde de algun Santo antiguo, atareado en adornar la

nal habilidad. Su decisión coincidló con la fiebre construc-     calle para la festividad. Por fin. después de tantos afios, vol-

tiva, y Jaime, inteligente y laboríoso, prospero. Al cabo de un  vería a herrar. Ya se le hacía agua en la boca. Solo le fal-

aíio habia ampliado el taller anexionàndole un huerto, y al      taba tomar las herramientas para ser feliz.

cabo de otros dos anos hubo de trasladarse a la zona de tole-    Però no pudo serio. Por ningún lado aparecieron las he-

rància industrial porque con su íncesante martilleo y el ruido   rramientas de herrador. Con los anos y los cambios de local

de las màquinas, turbaba el descanso ecuménico de los turis-     se le habían perdido.

tas que se hospedaban en los hoteles vecinos.

     Però Jaime, pese a todo. no ha olvidado su antigua profe-                          ESTEBAN FABREGAS Y BABRI
sión. La de albéitar herrador no es una actividad vulgar. Es
un arte. La presencia del ser vivo, del màs noble servidor del
hombre, da a ese arte un contenido. una particípación del
espiritu que no existe en otras actividades meramente mecà-
nicas. Jaime entendía como pocos de caballos. Sentia por
ellos màs de lo que muchos sienten por los humanos. Lies
acariciaba, les hablaba como a una persona, les asistía en
sus enfermedades y procuraba ahorrarles sufrimientos inúti-
les. La mirada agradecida del animal era para el herrador
la mejor paga. jCuàntas veces me ha dicho, con una luz en
los ojos y una sonrisa nostàlgica: "Si aquí hubiera como
antes trabajo de herrador, si me fuera posible ganar herran-
do caballos tanto dinero como gano ahora construyendo ba-
randillas y "estenedors", yo no haría otra cosa que herrar,
porque es un trabajo agradable. [Herrar! [Tanto que me gus-
taba!"

     Todavla debían resonar estàs palabras en el aire de aque-
lla tarde dorada, en la zona de tolerància industrial, cuando

                                                                                                              —7—
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