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F i / Z '^^DAL FELIZ NA VIDAD BON NADAL - FELIZ NA VIDAD - BON NADAL - FELIZ NA VIDAD - BON NADAL - FELIZ NA VI

        Um TARDE CON EL DOCTOR

                  ERNESTO ADLER

                                                                                                  por JUAN DOMÈNECH MONER

                  Aunque el habito no hace al monje, no hay duda de que Uamarse Adler y ejercer la medicina obliga
               a mucho. Però no; no piense el lector que nuestro Adler —Emesto de nombre— està relacionado con el
               famoso psicoanalista i que fue discípulo de Freud y compafíero de Jung. El Adler que nos ocupa, medico
               dentista, especializado en la investigación de las enfermedades focales, une a su quehacer científico una
               amplísima gama de facetas humanas y artístícas que vamos a tratar de presentar en unas pinceladas. Des-
               de luego, el detalle minucioso de las múltiples anécdotas que surgen en la conversación con él y que ja-
               lonan su vida — ^qué medico no tiene anécdotas ? — daria para escribir un libro. Con todo, no resistimos
               la tentación de hacer una buena disección de su vida y brindar al lector el resultado de cuatro horas de
               charla ininterrumpida en su finca Niutilus, sobre los acantilados de Lloret de Mar.

                  Desde la terraza, frente al Mediterréneo, piensa el entrevistador que, en principio, deberia constrastar
               el hombre centroeuropeo -Adler lo es— con el paisaje propio de la civilización latina. Sucede, sin em-
               bargo, todo lo contrario. En realidad nunca hemos visto al doctor Adler demasiado encasillado en ese
               caràcter serio, exigente, un tanto adusto, que atribuímos a quienes nacen, màs o menos, del Danulno para
               arriba. Màs bien imaginamos a Adler como un patricio romano, sin duda poco amigo de catilinarias, però
               sí capaz de sentirse Horacio y proclamar abiertamente sus simpatías por la vida al aire libre. Ayuda a esa
               versión del Dr. Adler su cabeza de hombre venerable, adornada con un buen puflado de canas que pare-
               cen floterle por los lados. En su rostro, siempre una ancha sonrisa que inspira confianza. Ignoro si los
               romanos se reían tanto ...

                   —Doctor, permítanos bucear en su pasado. iQoi^ nacionalidad tiene Vd.?
                   —Bien. Aquí pasa lo siguiente. Cuando yo nací era austro-húngaro a tenor de la división poh'tica impe-
               rante. Checoslovaquia nació màs tarde, después de la primera Guerra Europea. Entonces me dieron un
               pasaporte checoslovaco, que sirvió hasta poco antes de la última guerra, cuando Hitler invadió Checos-
               lovaquia el afío 1938. Claro, en este tiempo nos daban pasaporte alemàn. Cuando termino la contienda,
               como que Checoslovaquia estaba en manos de los rusos, entonces tenia un pasaporte de personas despla-
               zadas. Después, dijeron que quien tenia pasaporte alentàn continuarà con él y, finalmente, en aquella
               ^Poca me nacionalicé espaAol. Así resulta que he cambiydo de pasaporte cuatro o cinco veces sin mover-
               me pràcticamente del mismo país.
                  —Estàs interferencias políticas explican en cierto modo su vinculación a Alemania, que ha continuado
               siempre en matèria cultural y científica.
                  —Claro. Desde el afío 1938 éramos todos akmanes. Yo viví en Berlin desde el 38 hasta el 42.
                  — ^Cómo vino a parar a Espafía?
                   -Es curioso. En realidad toda persona tiene una espècie de suefío, de deseo, algo que se manifiesta

                    •H· «Sf 4 f — ~ 9 LLORET GACETA
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