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TRAMUNTANA CARTA DEL DIRECTOR
REDACCIÓN Y ADM IN ISTRACIÓN: Càmping
LLORET DE MAR: SAN ROMAN, 2
que es
APARTADO 5
gerundio
DEPOSITO LEGAL:
GE. 170 -1963 Un imputsivo afecto hacia la aventura pequefío-burguesa de
vivir al aire libre incrustado en una modesta tienda de campa-
IMPRESIÓN: na, empujóme al càmping solitario en Port-Lligat. Supe de la
GRÀFICAS TABERNER comunión silenciosa y fascinada, del hombre con el mar. Era
grato hallarse alli. Las puestas de sol daban a los fantasmagó-
DIRECTOR Y COM RAGI N ADOR: ricos macizos, calidades fràgiles, últimas. Seguro que es sobre
N. PIJOAN GÓMEZ una loiiia de Port-Lligat, al atardecer, donde habria que leer el
Apocalipsis de San Juan para entcnderlo. f-Iasta los mosquitos
que zuinbaban a mi alrcdedor, eran mosquitos de fin del mun-
do. Mas gordos, y con trompeteos repletos de solemnes adver-
tencias.
Después quise saber en qué consistia el càmping comimi-
tario y semiciudadano; impregnado de efluvios cívilJzados.
Con los amigos instalamos la tienda en un càmping de La
Escala. El terreno, próximo a cierta playa arenosa y poco
profunda, haliàbase superpoblado de familias investidas de de-
rechos y deberes, que tomaban aquello como una espècie de
sucursal domestica de su departamento parisino o lionés. Las
mamàs cocinaban con manteca; las hijas escribian postales (Ju-
Ics, mon petit lapin. Dos puntos) en un lascivo decúbito, mien-
tras los papàs, tendidos en la chaisc longue, leian el ultimo dis-
curso antibritànico del general De Gaulle. Por la tarde, Uega-
ban a percibirse àsperos murmuUos de discusiones conyugales.
Era otra espècie de paz que la de Port-Lligat. Una par arma-
da. Una paz que olia a bullavesa de pensión o a gui^o clan-
destino.
No obstante, confieso que logré aclimatarme. Cuando he
aquí que una noche:
— T a guculc! — oímos—. Crc nom de noml... Sacre to-
nerrei
El torrente de insultes e improperios, creciendo y extendién-
dose por todo el recinto, cayó como un estigma sobre nuestra
charla bajo las esfrellas. No dejàbamos dormir al càmping co-
munítario. Los franceses rodaban las erres de sus iojurias, pro-
curando daries un terrible ruido de motor.
—Però si son las diez de la noche — avancé timidamente.
Fue inútil. Los espanoles constituíamos alli minoria. Nues-
tras costumbres seculares, nuestro horario, carecian de autori-
dad. A las nueve. un vasito de leche y... a la cama. íPues qué
nos habiamos creido? Nada, nada, a callar. iEstaria bonito!
iQué gamberros. hombre!...
A la madrugada siguiente, lector comprensfc > O, a las aeis
treinta y cinco en punto de la madrugada, los vecinos, los in-
quilinos de aquel càmping, ya retozaban alrededor de las tien-
das cantando loj de: «Pepitó mi corrrasón». Era el reglamento.
Era el horario francès y todo quisque tenia que estar despierto.
He pensado abandonar mi reclente pasión por los càmpings.
La pròxima vez probaré un hotel.
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