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EL IRIS.

en cualquier situación en que se halle, frescos soplos, la ardorosa frente del

la solidez de su doctrina, la poesía das mortal, poco ha sufriendo la influencia

su inspiración, la verdad de sus ense- de un calor sofocante, -ni enriquecen

ñanzas, debe ser para él objeto cons- de matizados colores los prados y jar-

tante de sus desvelos, y servirle de dines, los rayos del rubicundo Fébo
brújula para seguir con acierto los pa- se ven languidecer, la Naturaleza en-
                                              mudece; algü&fls aves cual fantásticas
sos de su vida.
Nuestra alma, empero se entristece sombras, crffe'áíi'de vez én cuando el
                                              horizónjte, como' para despedirse del
al meditar sobre el asunto que nos            nido ;¿j§í;|jus, amores y el viento, silban-
ocupa. Todo para el espíritu y el cuer-       do ateitfador, deshoja los árboles, al-
po, nada para el corazón. Que genera-         fombrando el suelo con sus hojas. El
ción va á salir de libertad semejante?        alma atraida con esos encantos, 'se con-
                                              centra en su interior, y, en su mística
                             ROSENDO ALBEBT.

                                              soledad, eleva sus suspiros hacia regio-

SL OTOÑO.                                     nes desconocidas.

    Reflexiones moralesy filosóficas.         Todo es misterio en esta estación;

   El otoño, no es la época de las ilu-       misterios en el cielo y en la tierra; mis-
 siones, es la estación del recojimiento.
Si la primavera con sus galas nos sedu-       terios en el corazón, que; al descubrir
 ce, si el verano con sus fuegos dorados
 nos inunda y el invierno con la mages-       en la naturaleza su magestad, su subli-
tad de sus nieves y eriales nos escita á
los placeres, el otoño con su melancó-        midad, sus encantos, dilata su amor, y,.
lica luz-, con sus vagos é indefinidos
 crepúsculos, nos llama á la oración, á       en alas de eterno agradecimiento ento-
dirigir nuestras plegarias hacia las re-
giones serenas de lo infinito.                na himnos de admiración al Autor de
                                                                  f
   Estación triste pero hermjpsa, yo te       tantas maravillas.
 saludo, tu eres para mi la poesía de mi
 :orazón. la tumba de los desengaños          Todo es efímero, repetimos en esta
 leí mundo y me abres, ante mis ojos,
  1 gran libro de la inmortalidad para        estación, como lo es la vida del hom-
, ue aprenda en sus páginas la ciencia        bre, en la tierra; sus ilusiones ét ayer1

  e la mas sana filosofía.                    se desprenden hoy como las amarillen-
   En ninguna otra estación del año
 vemos mas gráficamente retratada la          tas hojas del árbol que las sustenta. El

      era vida de la humanidad. Lasbri-       niño en el regazo de su madre, el jo-
   s de la tarde ya fio acarician, con sus
                                              ven en el delirio de sus esperanzas, el

                                              anciand al borde mismo del sepulcro

                                              desde donde acaricia aún los nebulosos

                                              crepúsculos de la vida, tienen que de-

                                              poner los dorados ensueños del por-

                                              venir en presencia de esa decoración

                                              natural de cuyo fondo se destaca la in-

                                              sólita muerte. En todas esas edades el

                                              destino del hombre en k tierra es el

                                              pase hacia la eternidad, y ese recuerdo

                                              de alta filosofía, nos lo patentizan tam
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