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EL LLORETENSE.

manifestaciones y aspectos. Y nótese que el ejem    Su rostro era blanco, coronado por una ca-

pío de Inglaterra no lo hemos aducido más que bellera de negro azabache. En sus dos grandes

por ser la nación hoy por hoy más libre-cambis y límpidos ojos brillaban á la vez la humildad

ta. Todas las demás naciones han seguido el y la dignidad de la mujer dotada de un tranqui-

mismo camino para llegar del comercio en pe- lo pero impresionable corazón que penetra los

queña escala y rutinario de los tiempos anterio- secretos más recónditos del alma.

res al nuestro, al comercio científico y de gran- Aquella joven sufría también, y nadie al mi-

diosas proporciones que encontramos en la épo- rarla hubiera adivinado su sufrimiento.

ca actual; para llegar de la nación simplemente La acompañaba otra niña de su edad, que

agrícola á la nación comerciante, agricultora é nada tenia de parecido con ella. Rubia, de ojos

industrial; para llegar, por fin, de la marina de azules, vivaracha, locuaz y hasta un tanto co-

sabotage á la marina trasatlántica.                 queta. Por donde pasaba se atraia las miradas

                        JOAQUÍN LLUHÍ Y RISECH.     de los pollos calaveras.
                                                        —¿Le ves ? dijo la primera al pasar por su la-
(Continuará.)
                                                    do una de las veces el joven pensativo. ¿Le ves

Sección literaria.                                  que indiferente?... Y sin embargo sufre, pero su-
                                                    fre en silencio. ¡Ah! no sé porque hace todo eso;

                                                    comprende que le amo desde el día que le Vi;

                                                    pero él... nada.... ni una palabra.

                                                    —¿Y há mucho que le conoces? preguntó la

( KSCISNAS DE LA VIDA REAL.)                        segunda.
                                                        —Hará un mes que llegó á vivir cerca de mi
            I.
                                                    casa, y más de una vez ha pasado por debejo

Era una noche apacible de verano.                   de mi balcón; pero siempre, aunque conozco

                                                    que el amor devora su corazón, aparece indife-
El hermoso paseo de la Alameda de Valencia rente ante mis ojos.
elegantemente adornado por los ricos y vistosos —¡Cuan candida y cuan inocente eres, Pilar!
.pabellones que en él se levantan con motivo de dijo la joven rubia, ¡que el amor devora su co-
las féiúas que celebra la ciudad en el mes de ju- razón !... no conoces bien á los hombres de hoy
lio, y con profusión de luces esparcidas por do- dia; ninguno sabe lo que es amar. | Ay de nos-
quiera, presentaba un aspecto arrobador.
                                                    otras! que con sinceridad creemos en sus pro-
Los acordes de brillantes bandas de música mesas, dulces palabras que el viento lleva, co-
vibraban en el aire y un numeroso público dis- mo lleva las hojas de las flores cuando han per-
curriendo en todas direcciones invadía los esten- dido su lozanía.
sos andenes de aquel magnífico jardín.
                                                    —Bien sabes, querida Elisa, que eres mi ami-
Todo parecía respirar un ambiente de felici- ga desde la infancia y que á tí sola he confiado
dad. Miradas discretas y enamoradas, sonrisas los secretos de mi corazón, no dudo que cono-
dulces llenas de amor y de entusiasmo era lo ces á ese hombre, he visto que te acompañó por
que se veía en aquellos rostros que parecían dis- el paseo cuando ibas con nuestra amiga Matilde.
frutar las delicias de un paraíso anticipado. ¡To-
                                                    —Cierto.
dos eran dichosos en aquellos momentos!...
                                                    —¿Y no te habló nunca de mí?
Pero... ¡decimos mal!... todos, no; en medio
                                                    —Jamás.
de aquella nube de alegría, se veia un punto de
                                                    —¡ Ah! cuánta es la desgracia de la mujer,
tristeza. Entre aquellos ojos risueños que lanza- dijo Pilar con tono tristísimo, amar, amar con
ban gozosas ó anhelantes miradas de fuego por pasión, con locura á un hombre, pero amarle en
doquiera, había unos fijos en el suelo y casi hu- silencio y sufrir en su. dolor.
medecidos por el llanto.
                                                    Hasta aquí llegó el diálogo de las dos niñas
Un joven de 22 á 23 años de edad, seguía con para oir los acordes de un wals altamente cele-
paso lento, en actitud meditabunda y casi rna- brado.
quinalmente el curso del paseo. Su corazón su-
                                                    Las doce serían cuando ambas, acompañadas
fría, y sufría un tormento indescriptible.
                                                    de dos venerables señoras abandonaban la Ala-
Muchas veces había pasado junto á él una meda por el puente del Real.
joven: frisaría enlos 18 años, cuyos vivos ojos le A pocos pasos de distancia les seguía el mjg-^
miraron candida pero apasionadamente. Era mo joven que hemos visto anteriormente. Al ¿
hermosa, más no poseía una de esas bellezas, trar en el puente dobló á la derecha y se
tipos ideales que arroban el alma. Y sin saber de ellas siguiendo su camino pjj(H§|¡|yy a igle-
cómo, cautivaba el corazón.
                                                    sia de San Pió V con paso ace
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