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(CONTIN UACION)

              UNA TARDE

    ERNESTO ADLERCON EL DOCTOR

                                                                                  Por JUAN DOMÈNECH MONER

...Como coincidia a la hora de la comida de los animales, me vino un dia un guardian y me rogó
que me marchara porque los chimpancés se distraían y rompia su ritmo de viíSi. Bueno. A lo que
Aiamos. Mi afíción viene de lejos. Yo tenia una cocinera que tuvo un novio y un dia rompieron
las relaciones. La pobre se quedo muy triste y tuve la corazonada de que se marcharía. Entonces,
estando en cierta ocasión en Barcelona, pensé la solucíón.Le compraria un mono y como se dis-
traería de dia y de noche porque los monos nunca estan quietos. salvaria la criada.Y así fue.
Però, amigo, el mono en casa era tremendo. Resulta que le gustaba mucho el alcohol y alguna
vez se escapaba, iba a los Bafios Ventura, se ^mborrachaba, asustaba a todo el mundo y una vez
en casa, ebrio perdidò, Iloraba desconsoladamente, porque no podia saltar la mesa, pues los sal-
tos le salían de lado, desequilibrados. Al ver el mono comprendi la gran importància, que tiene
para la persona, porque puedes estudiar bien cosas que normalmente no te expUcas en los huma-
nos. O sea que lo que hace el actual premio Nobel Conrad Laurenz, con el comportamiento de
los gansos y pàjaros, se hace mucho mejor con los monos. Cuando los acostumbras a vivir desde
pequefíos, en una casa, en un distrito, lo consideran como propiedad suya. Veràs que se van de
dia y vuelven de noche, después de haber causado muchos estropicios, por supuesto. A mi, que
debido a la profesión no veo més que desgracias, el trato con los monos me servia para observa-
ción experimentación y distracción.

     —^Cuàntos monos ha tenido en su vida?

     — Diez. Entre los màs famosos hay Chita, Chiqui, y estos de ahora, Julieta y Carlitos.
     — Desde luego, el recuerdo més remoto que yo tengo de Vd., Dr., va ligado a sus monos. Era
yo muy pequefio, cuando yo recuerdo haberle visto por mi barrio buscando un mono que se le es-
capo y que andaba de tejado en tejado.
     — Cierto. Yo también me acuerdo. Se trataba de Chiqui. Acabo metiéndose en un gallinero
de casa los sefiores PiguiUen. Imagínate que tengo anécdotas sabrosisimas. Desde el mono que se
metió en el bafío de Casa Vilé, por la ventana y se embadurnó la cara con todos los afeites de la
sefiora hasta aquel otro que se nos marchaba y regresaba desprendiendo un terrible olor a cebo-
11a cuya causa no llegàbamos a deducir. Quizé recuerdes que antes, en los desvanes de las casas,
guardaban patatas, cebollas, etc. debidamente extendidas. Ahí debía estar el quid de la cuestión,
según comprendi al oir, días màs tarde a mi vecina la "Carmeta de la LLet" que decía: Caray,
que mal afío que estamos pasando. Hace poco, la peste aviar nos mató las gallinas. Ahora, a las
cebollas no sé qué les pasa, que cada dia aparecen con màs agujeros...
     — ; Hizo experimentos con sus simios?
     — Si. Màs bien diriamos curaciones, porque no provoqué intencionadamente el experimento.
Recuerdo un dia que encontre a Carlitos tumbado en el suelo, aqui en el jardin, ya casi muerto,
con una profunda herida en el cràneo. Parecía no tener salvación. De pronto, recordé un trata-
miento que los médicós rusos pusieron en pràctica durante la guerra. En el lugar del trauma in-

                                                                                                                      LLORET GACETA 9'
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